La presencia del hispano se produce en Lambayeque el 20 de octubre del año de 1,532. Sabemos por la historia, que estos primeros ibéricos eran hombres de guerra y no de paz. Las huestes pizarristas sólo portaban yelmos en la cabeza, armaduras en el pecho, y arcabuces en las manos; era obvio pensar que estos hombres curtidos de sangre y de aventura, portaran la primera guitarra, o la primera arpa.
Estos instrumentos llegaron después. Conforme se produjo el mestizaje indo- español, la música también se acriolliza, y el hombre de la costa es el iniciador de la aclimatación de las Arpas.
Los últimos reductos de la música nativa se repliega en los contrafuertes andinos, ante la eclosión cálida y singular de la intrusa
y bordoneante Arpa.
Antaras, quenas, pínguilio y pututu, lloran el dominio de una raza en la tristeza infinita de yaravíes, que aúnan su voz del indio andino en sus “harawí” y que terminan hablando el mismo idioma de aquella Arpa, que viniendo donde el sol se oculta, toma su naciente voz peruana en el Arpa Serrana y el Charango, que se adaptan al nuevo idioma musical, en una patria que diversifica su folklore musical a la Costa, Sierra y Montaña.
Dejemos en su soledad de puna y de piedra a esa hermana Arpa, que se afincó en la cordillera, que se lleva sobre el hombro; y que tanto ha contribuido a configurar singularmente al folklore musical andino.
Nuestros pasos indagantes y retrospectivos, interrogan: ¿Cuándo aparece el arpa en las cálidas costas norteñas? Por lógica, su inicial puerta de entrada fue la costa, y tras la consolidación de la conquista a principios del siglo XVII la vigüela y el arpa empezaron llegar para endulzar la nostalgia del hispano, instrumentos que más tarde se adaptan a la idiosincrasia del zambo y del cholo, que se vuelven diestros en su manipulación y en su adaptación a la Jarana criolla.
Las ciudades de fundación española hablan empezado a crecer.1 Era el 25 de Abril de 1,700. La hidalga y morisca ciudad de Santiago de Miraflores de Zaña celebraban con gran boato y pompa 137 años de su fundación. Por el puerto de Chérrepe llegaban de España en forma directa la muy lujosa mercadería para tales celebraciones, y junto a ella, las panderetas y castañuelas con su gracia andaluza, algunas guitarras “PAL? cante jondo”, y una que otra Arpa, con su bordón moruno y escondido.
Estos instrumentos llegaron después. Conforme se produjo el mestizaje indo- español, la música también se acriolliza, y el hombre de la costa es el iniciador de la aclimatación de las Arpas.
Los últimos reductos de la música nativa se repliega en los contrafuertes andinos, ante la eclosión cálida y singular de la intrusa
y bordoneante Arpa.
Antaras, quenas, pínguilio y pututu, lloran el dominio de una raza en la tristeza infinita de yaravíes, que aúnan su voz del indio andino en sus “harawí” y que terminan hablando el mismo idioma de aquella Arpa, que viniendo donde el sol se oculta, toma su naciente voz peruana en el Arpa Serrana y el Charango, que se adaptan al nuevo idioma musical, en una patria que diversifica su folklore musical a la Costa, Sierra y Montaña.
Dejemos en su soledad de puna y de piedra a esa hermana Arpa, que se afincó en la cordillera, que se lleva sobre el hombro; y que tanto ha contribuido a configurar singularmente al folklore musical andino.
Nuestros pasos indagantes y retrospectivos, interrogan: ¿Cuándo aparece el arpa en las cálidas costas norteñas? Por lógica, su inicial puerta de entrada fue la costa, y tras la consolidación de la conquista a principios del siglo XVII la vigüela y el arpa empezaron llegar para endulzar la nostalgia del hispano, instrumentos que más tarde se adaptan a la idiosincrasia del zambo y del cholo, que se vuelven diestros en su manipulación y en su adaptación a la Jarana criolla.
Las ciudades de fundación española hablan empezado a crecer.1 Era el 25 de Abril de 1,700. La hidalga y morisca ciudad de Santiago de Miraflores de Zaña celebraban con gran boato y pompa 137 años de su fundación. Por el puerto de Chérrepe llegaban de España en forma directa la muy lujosa mercadería para tales celebraciones, y junto a ella, las panderetas y castañuelas con su gracia andaluza, algunas guitarras “PAL? cante jondo”, y una que otra Arpa, con su bordón moruno y escondido.
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